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domingo, 25 de octubre de 2015

LA BELLA JACKIE
Por Gilberto García Mercado* 

Hay noticias trágicas que producen náuseas. Como la del obrero—la semana pasada—que se electrocutó y quedó guindando, achicharrado, del cable del fluido eléctrico. Noticias de que el perrito más querido de la Nación—el del Presidente—había adquirido el mal de rabia, y ya en plena ceremonia, produjo, conmoción, entre los ministros.
Pero afortunadamente no hubo mordidos. 
Las noticias van, pero una vez que hacen su recorrido, debido a su importancia o no, regresan, añejas, dispuestas a dormirse en los empolvados archivos de los periódicos pobres—a veces resucitan—los que apenas salen al ruedo, son opacados por los grandes diarios del país, desaparecen. 
El que el perro del Presidente contrajera el mal de rabia, presenta dos puntos de vista: El que la Primera Dama y su séquito de Palacio no hayan administrado autoridad entre los que ella manda, y hayan perpetuado la negligencia de no vacunar un perro que bañan con champús de oro y petróleo, pero no lo vacunan. 
Segundo: el Presidente sí está haciendo las cosas bien y no le queda tiempo para jugar con sus cachorros. De las mordidas que se libró el Señor Presidente. 
Entre discurso y discurso van camufladas las noticias. Por eso, cuando escuché el Noticiero de la Noche, en la televisión, dije: «Esa es Jackie». Había sido identificada como una NN. Había identificado, yo, la primera noticia. Y así se van originando las noticias como una cadena infinita que finalizaría con la exterminación del mundo. Pero qué va. La nada, vacío que dejaría el mundo en el espacio, seguiría siendo noticia, por toda la eternidad. 
En el discurso del Presidente—esta mañana—quedó todo en claro: Habría amnistía para los guerrilleros que se acogieran al proceso de paz. Otra noticia, importante, para el país. 
Eso de escribir noticias judiciales, sin que lo asciendan de cargo, porque yo estudié periodismo cultural, aburre demasiado. 
A mí me gustaría trabajar en lo mío: Hacerle grandes reportajes y crónicas a los escritores del país. Y escribir cuentos y novelas. Pero el caso Jackie, la NN aparecida muerta, en el noticiero de la televisión, me hizo pensar en algo: Yo era hasta el momento, lo que Jackie: Un reportero judicial. Pero yo no me metía en problemas. A ella le dieron un premio de periodismo, porque denunció a unos narcos. Y creo que el premio le costó la vida. 
Jackie, la bella Jackie. Hay quienes auguraron un buen destino para ella. Alguien dijo: «Ni que me maten, le haría daño a ese angelito». La bella Jackie. Por lo visto nadie la ha reconocido. O sino ya el teléfono hubiera sonado. Y el jefe de redacción ya me hubiera dicho: «Estamos de luto, George. Pero escribe la noticia». Un periodista tiene que ser un sabueso. Así que me levanté como un resorte. Agarré mi camisa, mi grabadora, mi cuaderno de apuntes. Y salí. Como era octubre, las avenidas estaban desoladas. Pero en algunas había algunos trancones ocasionados por la lluvia. 
En una ciudad como la capital, yo conduzco el medio de transporte más eficaz para los trancones: La moto. En un instante llegué al lugar del crimen. Como no habían cerrado edición, calculé que tendría como dos horas para escribir la crónica. Sería una chiva, porque nadie la habría reconocido. Triste noticia trágica. ¿Cómo reconocerla si su rostro estaba desfigurado por algún ácido de batería de carro? Sólo la faldita amarilla que nadie le conoció, y la blusita, juvenil era ella—con figuras de los picapiedras—la identificaba. 
Se había puesto su vestido más juvenil después que me dejó en el apartamento. «Chau, chau, querido. Nos vemos en el periódico», dijo. Abrí la ventana y la vi bajar por los escalones del segundo piso. Moví la cabeza hacia donde yo la despedí con un beso. Y mi corazón palpitó acelerado. Qué extraño iba a una cita con la muerte. 
Jackie era apasionada. Me enseñó los pormenores del sexo. Cuando el director me presentó a los demás periodistas diciendo: «Este será su nuevo compañero», Jackie fue la única que sonrió. Los demás, con aire de haber conquistado el mundo, apenas si dirigieron sus ojos hacia el muchacho de cara pecosa y bajo de estatura. Oí a alguien que dijo: «Tiene pinta, pero de...». 
Por encargo del director, Jackie me mostró el periódico. Se llamaba «El Diario» y a su subdirector lo había visto cierta vez agarrado de la mano con Jackie. 
Era la periodista estrella. Dominaba todos los campos del periodismo. El subdirector debía de tenerle miedo, pues ella nunca había aceptado sentarse a una mesa a coordinar el periódico. Odiaba aquellos puestos de privilegio. Lo suyo estaba en lo que hacía: Disfrazarse, hacerse pasar a veces hasta de expendedor y consumidor de drogas, sólo para darle duro por la cabeza a los demás periódicos de la nación. 
Yo no la amaba. La admiraba por sus crónicas en las que describía con una tranquilidad pasmosa los casos judiciales de la ciudad y el país con un lenguaje policíaco que hacía que el lector no quedara contento, si no leía, de un tirón, todo el relato. 
Pero cuando la vi ahí tirada, con la cara destrozada. Y con su boquita de mujer de Oriente, sentí, otra vez, odio por ella. 
«Tonta», murmuré.  
Quité la sábana que cubría el resto de su cuerpo. Y le vi los pechos intactos. Sus piernas bronceadas en la playa, con algún amante nuevo. Tomé los datos, fotografías. Al día siguiente «El Diario» sería el único periódico que traería en primera página la noticia de la muerte de Jackie. Mientras los demás periódicos la describían como una NN, yo relataba con nombres propios—y ya soltando mi periodismo cultural—los pormenores del asesinato de Jackie. 
Hubo de pasar el relato por las manos del subdirector, quien respiró aliviado, y por las manos del jefe de redacción encargado, para aprobar su publicación. 
«El Diario» se vendió. 
El director, quien nunca me paró bolas, me llamó a su flamante oficina. Y estuvimos conversando como una hora. De ahí salí triste y compungido. El director me había dicho: «Se queda si ocupa el puesto de Jackie». Le dije que lo mío no eran los hechos de sangre. Pero el director era un hombre inflexible y obstinado. Por cinco minutos sostuve mi cabeza entre las manos. Y me acordé de las últimas noticias que recordaba mi mente de periodista: El hombre electrocutado, guindando, achicharrado, de un cable del fluido eléctrico. Y el mal de rabia del perro del Presidente. Pasado los cinco minutos, me encontré en la calle con un frío artificial por la muerte de Jackie, con la grabadora dentro del bolsillo, y pidiéndole a Dios que me dejara trabajar como un periodista cultural... 
*Director de La Calvaria Literatura. Este texto fue ganador del Concurso Nacional de Cuentos Festival Música del Caribe 1997. Lo publicó Jorge García Usta en el Suplemento Dominical SOLAR de El Periódico de Cartagena.


BIOGRAFÍA Y CONTEXTO
HISTÓRICO DE SÓFOCLES
                   Por María Antonia Guerra V              
 1. BIOGRAFÍA DE SÓFOCLES (497/6 – 407/6). Nació en Colona, Colono Hípico en Ática. Su padre, Sófilo, hombre de destacada familia, fue armero y se enriqueció con la venta de espadas, durante el período de guerra con los persas, lo que  permitió que le diera una magnífica educación. De casi 2 metros de estatura, voz extraordinaria, hermoso, con mucho talento, vital de corazón y mente, cualidades que conservó hasta su ancianidad. A los 16 años fue seleccionado, por su hermosura, a encabezar el coro de adolescentes que danzó desnudo al ritmo del himno a Apolo, después de la batalla de Salamina (480 a. C.), donde elogió a Esquilo, por su triunfo en esta batalla. 
Se desempeñó como coreuta, corifeo, actor,  dramaturgo,  director y poeta-músico, y ocupó altos cargos, entre ellos: Tesorero de la Liga Ática en el 443 a. de C; y estratega (general), con Pericles en la campaña de Samos en el año 442 o 441 a. de C.  
Sobresalió más por poeta que por guerrero; especialmente se destacó en la comisión de finanzas del Estado al ser nombrado como helenotamia (magistrado financiero) y contribuir en las reformas tributarias acontecidas en la Liga Marítima del Ática, en el año 443/2 a. C. 
Creció en la época de oro de la cultura ateniense, pero a la vez el período más convulsivo (guerras Médicas 490-480 a C y subsiguientes), que despertó a Atenas de su estado de reposo o adormecimiento. Vivió en medio del descontento entre los miembros de la Confederación Ática por el imperialismo ateniense, y además, la rivalidad espartana por la hegemonía, que llevaría a Atenas al enfrentamiento en la guerra del Peloponeso. 
Se identificó de lleno con el pueblo ateniense y logró  mantenerlo siempre a su favor. En su juventud fue recitador, tocó hábilmente la cítara en el papel de Támiris e interpretó la danza de la pelota en Nausica. Sin embargo, pronto abandonó la actuación, seguramente por las exigencias del arte de actor. 
En esa época el teatro no fue una diversión cualquiera, fue el arte social por excelencia, celebración de los mitos de la estirpe y rito religioso en que el actor aparecía como sacerdote. De modo que se daba mucha importancia a la función teatral y a los poetas-dramaturgos, y esta política y quehacer alcanza su mayor auge en el siglo V, con Pericles. 
Sófocles obtuvo 26 veces el 1° premio en los festivales y 40 veces el 2° premio, nunca quedó relegado al 3° agón.  A los 25 años compuso su primera tragedia, y a los 90, la última (Edipo en Colono); para un total aproximado de entre 123 a  130 dramas. Su 1ª victoria que arrebató a Esquilo, fue en el 468 con Triptolemo (desaparecida). Por lo menos ganó unas 18 veces en las fiestas dionisíacas y cerca de unas 6 veces en la Leneas; en todo caso no hay un consenso exacto. También a sus noventa años, su hijo Iofonte le denunció por falta de sentido común e incapaz de administrar los bienes; Sófocles se defendió con la lectura de un coro de Edipo en Colona, obra sobre la que trabajaba. Esto le bastó a los jueces para absolverlo.  
En relación a las temáticas de sus obras, para Sófocles es primordial la comunidad, antes que la persona; pues en ella se centran y concentran los pensamientos. En relación con esto, en la tragedia Edipo formula  una sentencia que podría ser el resumen de toda su sabiduría, y que Garibay cita en la versión de Errandonea: 
«No niegues lo que sabes… sálvate a ti mismo, salva a la ciudad, sálvame  a mí, borra en fin la mancha de ese asesinato. En tus manos estamos;  ayudar a los demás con lo que uno sabe o puede, es el más dulce de los trabajos». (Teatro Helénico 72). 
Garibay también destaca que el lema que rige la obra de Sófocles, y que nunca ha perdido vigencia, bien pudiera ser: «Un hombre es para todos: la obra más bella es la entrega de lo que tiene o puede a los otros. No la dominadora potencia de uno, sino la justicia es la que se impone». (Tea. Hel. 72). 
Palabras encontradas en un diálogo entre Edipo y Creonte, en la misma versión de Errandonea. Significativas porque son a manera de un grito en contra del totalitarismo de todos los tiempos y de todas las formas. 
Las innovaciones que introduce Sófocles a la tragedia son: a) la introducción del protagonista; b) la reducción de la parte coral en beneficio de un mayor diálogo y de los rasgos psicológicos de los personajes; logrando, en éstos, un perfil más idealista y humano; c) total renovación de la escenografía en cuanto al decorado y al aumento del recurso de las máquinas; d) libera a la trilogía del argumento unitario, y suprime la trilogía enlazada, lo que lo lleva a concentrar más la acción y el perfil de los caracteres en cada una de las tres obras independientes. 
En su tragedia Antígona, Sófocles, combina el tema del respeto hacia los dioses con la admiración de la capacidad humana, y la mesura que debe tener quien maneja el Estado. También, propone que el hombre puede ser el autor de su propio destino; es libre de actuar acorde con las leyes positivas o siguiendo las leyes dictadas por la naturaleza; ello puede conducir a la situación trágica de Antígona, que con su muerte sale victoriosa ante las normas profanas del rey tirano, Creonte. Garibay corrobora lo dicho: «En Sófocles domina la voluntad humana sobre el destino: es netamente humano». (Esquilo. Las siete tragedias). 
En Edipo rey, en él pesa la maldición contra los Labdácidas y aunque Edipo es inocente, cometió actos graves como matar al padre y casarse con su madre, sin saberlo, lo que atrae la cólera divina en forma de peste sobre Tebas; sin embargo está dotado de libre albedrío, poder humano que le permite consentir  o no en el ejercicio de los designios divinos. Y es que en esta época, hay un avance de irreligiosidad en los círculos cultos y políticos de Atenas; Sófocles no puede impedir el descrédito a la religión oficial.  
Casi contemporáneos con Sófocles, están dos grandes trágicos: Esquilo y Eurípides. a) Esquilo (525-4 - 456-5). Llamado padre de la tragedia. En sus dramas no hay casi acción.  M. López Díaz parafrasea a Lasso de la Vega, acerca de que la tragedia esquílea «es con frecuencia nada más que un lamento, un clamor y  grito del hombre, puros sollozos con los que el poeta sabe  hacer cantos inmortales». (Tragedia 3). Para Esquilo, la justicia de Zeus (igual a destino),  juzga la  soberbia (hybris) de los hombres en estado de libre albedrío, y a través de su acción culposa de dolor y sufrimiento, para expiar sus culpas, los conduce al conocimiento y a la comprensión, una forma de catarsis; y es así que en este relacionar el concepto del bien y del mal con el premio o castigo de los dioses, se percibe que la severidad de la religión es la misma que la del arte. 
Generalmente, en Esquilo predomina el destino (Zeus) avasallador, implacable, que no se puede eludir. Su exaltación es más lírica que dramática. López evoca el pensamiento de Lesky cuando dice: «Al final hay una conciliación de los poderes en lucha, un equilibrio entre los dos contendientes». (Tragedia 3). 
Sófocles se diferencia de Esquilo, por la naturaleza de sus concepciones religiosas. La justicia de los dioses existe pero escapa a veces a la razón del ser humano. El virtuoso puede ser infeliz y el inocente perseguido; la resignación existe.  La culpa no está en el acto sino en la intencionalidad. 
Esquilo es sublime, grave y grandilocuente, más mesurado que Eurípides. El lenguaje de Sófocles es más sencillo, menos lírico. Esquilo plantea que el hombre es víctima de su destino, aún más allá de su muerte; en Sófocles, el hombre es víctima, pero puede torcer su destino a través de la enmienda (actitud pre-cristiana). 
b) Eurípides, posterior a Sófocles, es un racionalista; critica a los dioses; se pregunta por qué éstos destruyen a los hombres. Apoya sus personajes sobre la razón, que todo lo mueve. En su obra desacredita al Olimpo. Su imaginación es más risueña y está regida por la inteligencia, es más lírico que dramático. Es una época en que Atenas declina y la tragedia refleja la crisis del tiempo. Por otro lado, los filósofos interrogan a los dioses y con la razón los hacen pedazos. 
De Sófocles se conservan siete tragedias representadas, quizá en los años: Ayax o Ayante (se cree es la más antigua),  Antígona (441, que no forma trilogía con las de Edipo)  Traquínias, Edipo Rey (430 o 425), Filoctetes y Electra (428, ya muy anciano Sófocles) y  Edipo en Colono (401, por iniciativa de Sófocles, dramaturgo y nieto de Sófocles).  El célebre poeta y dramaturgo fallece a los noventa años de edad, durante una representación de Antígona. 
2.CONTEXTO HISTÓRICO DE SÓFOCLES. Bajo el gobierno de Pericles se desarrollan las artes, la filosofía, el pensamiento–que será base de la cultura occidental—a través de hombres como Sócrates, Platón, Fidias, Anaxágoras, Fidias, Mirón, Praxítiles y otros más. Es la época del teatro clásico con los tres grandes trágicos: Esquilo, Sófocles y Eurípides. 
Se brindaba una formación a varones aristocráticos, para moldearles un carácter realmente humano. Es así que en la tragedia sofoclea se trata mucho el aspecto humano. Aprendían matemática, retórica, poesía, gramática y gimnasia, generalmente. Tenían su reglamento ético que apuntaba al ideal humano; al cultivo de las virtudes, como la moderación (sophrosyne), la prudencia, la reflexión; planteado todo esto en Antígona y otras tragedias. 
Se conservaba un respeto a las divinidades oficiales, a quienes se veneraban con majestuosos templos, como El Parthenón; con preces, sacrificios y ofrendas. 
Ya, entre la ciudad amurallada y el campo se ha establecido una relación, no de contraposición como en el pasado, sino de integración, dando como resultado la polis y sus límites son la de toda la región. Es un modelo de organización territorial sin igual en el mundo antiguo. Además, hay una expansión por el mar mediterráneo. 
Lo anterior motiva a los ciudadanos a que participen en los diferentes aspectos de la vida social: fiestas religiosas, reuniones de los iniciados, cultos a divinidades, banquetes de las heterías donde participaban miembros de la misma clase política—, y otras ceremonias. 
En este Período Clásico, 500-338 a. de C., tienen lugar las guerras médicas; atenienses  y espartanos combaten contra los persas durante el período: 490 al 479; al final los griegos salen victoriosos; también sucede la guerra del Peloponeso, con el objeto de adueñarse de la Hélade, en la que los griegos pierden. 
En la sociedad griega las mujeres representaban sujetos morales; podían opinar, en el sentido de su libertad y responsabilidad moral. Antígona, es un ejemplo peculiar de ello; es una mujer investida de gran poder moral. Ya que, para ellos, no es la carencia de obligación la esencia de la libertad; sino, por el contrario, la moralidad se funda en la obligación. Lo que había que distinguir es la fuente. La misión de la mujer consistía en realizarse en el matrimonio, tener hijos. De la sujeción del padre pasaba al dominio del esposo, en una sociedad patriarcal. 
Su participación en lo cívico se daba sólo a través del matrimonio. Se encontraba excluida en los aspectos cotidiano y jurídico. Por la misma razón que los niños, extranjeros y los esclavos que permanecían al margen de la comunidad sin derechos, pero utilizados por ser  indispensables para asegurar la reproducción. 
Los griegos daban mucha importancia a la racionalidad. Estaban sujetos a la ley religiosa y civil; y se esperaba que fueran leales tanto a  los valores tradicionales vigentes (arcaicos) como a nuevos valores (clásicos). Aurelio Arteta ha dicho de Sófocles que «pertenece por su mundo de valores más a la Época Arcaica que a la Época Clásica en que cronológicamente le tocó vivir, y que, por ello mismo deja traslucir en más de una ocasión puntos de vista enfrentados». (17). 
La época arcaica finaliza en la época de la poeta lírica, Safo. Es la declinación de la sociedad aristocrática y viene abriéndose paso el imperialismo. En este período, hubo una  revisión rigurosa de creencias y una reconceptualización de valores, por estudios «científicos» que contribuyen a la explicación de fenómenos antes incomprendidos. Existen nociones y principios claros, tanto para el plano divino como para  el humano y al hombre le corresponde acatar todos esos principios para su propio bien. 
En cuanto a  normas universales e imperecederas están las «no escritas», o leyes de los antepasados: divinas o naturales. Los sofistas (Siglo V),  hacían rechazos sobre estas nociones. Pero los griegos, y por ende Sófocles, respetaban estos principios sacros que constituían un orden divino: «[…] venerar a los dioses, respetar a los miembros de la familia, a los extranjeros y huéspedes, enterrar a los muertos familiares, no incurrir en hybris abusando del débil y otras por el estilo» (Arteta 20). Y los que no los respetaban se atenían al recibo de un castigo inmediato; la fe es creer sin experimentar. En cuanto al destino, éste procedía de los dioses. La vigencia de estos conceptos continuó hasta  los Siglos V y IV. 
Imágenes del mundo griego y sus conflictos se plasmaban en las tragedias. Sófocles,  en Antígona, ofrece varias lecturas, pero: «Su lectura más profunda, sin embargo, es de índole religiosa: se trata, ante todo, de dilucidar ‘si el Estado puede aspirar a tener la última palabra o si  también él debe respetar las leyes que no han tenido origen en él y que, por tanto, quedarían por siempre sustraídas a su intervención (Arteta 47). Y agrega que Sófocles resuelve el dilema, pues hay leyes más universales, más consolidadas que las del Estado.En cuanto a los espacios públicos, J. Bañuls sostiene:
La vida de la polis griega discurre en estos tres escenarios públicos […] Que corresponden a tres niveles de la acción política: el Ágora espacio para la Asamblea de los demos, la asamblea del pueblo, la Acrópolis, espacio sagrado común, el Theatron, espacio para la representación lógica de la polis. (La Tragedia en Sófocles 30).
Es en el siglo V,  en Atenas, donde tiene  lugar el florecimiento y desarrollo celéreo del teatro, el cual se convirtió en uno de los modos de expresión más característicos de la ciudad. Con funciones didácticas, de entretenimiento y religioso. Por otro lado las obras dan entrada a personajes femeninos, desempeñados por varones, concediéndole a la mujer sitiales de honor, tales son los ejemplos de las hijas de Dánao en Las Suplicantes, Deyanira en Las Traquinias y Antígona en la obra homónima, entre otras. 
El Extraño Visitante
                                                                         a Álvaro Medina
 Por José Ramón Mercado
«Es una vieja historia compadre». «Y lo que nunca se comienza nunca se acaba». Decía casi siempre. Cada vez que comenzaba a contar algo. Alguna de esas historias que él sabía y que yo le he oído infinidad de veces. Así en silencio con esa misma devoción de la gente que oía por primera vez. 
Parece que él tenía esa costumbre pegada desde hace mucho tiempo. Y a mí se me ocurre que él se daba un aire a esos cuentos. Es decir a ese personaje de sus historias que se me aparece en todas partes. Hasta ahora no sé cuál sea la razón. Es extraño. Pero lo cierto es que en cualquier lugar lo he visto. Lo he encontrado. Lo he visto con mis propios ojos. De eso estoy seguro. Seguro de que no es un sueño. Aquí en la ciudad. En los bancos de los parques silenciosos. En las puertas de las iglesias. Allí parado. En las calles vadeando las aceras con esa dificultad que van metiendo los años y el cansancio de los oficios diarios. Así tal cual como él lo refería en esas historias. Exactamente. No sé qué es lo que me hace fija esa obsesión. 
«Siempre ocurren esas cosas compadre». Decía. Y de verdad siempre ocurren esas cosas. Porque las veces que lo he visto quiero decir que lo he encontrado en cada uno de esos personajes de la calle que me evocan su memoria su imagen de hombre vencido su impotente actitud de toro domado, a pesar de todo, experimento una rara sensación de alegría que me dura algún tiempo. 
Y cuando lo dejo de ver durante algunos días me he sentido afligido. Me ronda una tristeza. Algo así como una nostalgia. Es una especie de timidez tonta que después explota en llamitas por dentro y que hace que a uno le remueva la conciencia. 
El caso es que él tenía la costumbre de empezar esas historias de la misma manera. Igual y lo mismo que siempre. 
Por supuesto que nunca he llegado a saber por qué esa imagen está siempre volando fresca al comienzo de mis recuerdos. A veces pienso que no era demasiado viejo. Por lo menos desde que me doy cuenta él había sido así de esa edad. Lo que pasa es que tal vez se creía muy viejo. También me parece últimamente que lo que le ocurría es eso de la época. Que había leído muchos libros quizás. Y que había estado seguramente en muchas partes oyendo lo que dice la gente. 
Sin embargo él era de los tiempos de la guerra. Y acostumbraba hablar de ese tema como algo demasiado viejo. Creo que todo se debe a eso. Creo que pensaba que la guerra solo le ocurrió a él. 
Por eso sería que andaba repitiendo en cada suspiro: «La guerra es como una pena compadre. Si se le queda a uno por dentro en el fondo se encona como una espina». 
Esa cuestión de la guerra para él era como si se tratara del peso de un recuerdo muy grande que el paso de los años no lo hubiera podido borrar. 
Las frases que ponía al comienzo de esos largos relatos es lo que más he podido grabar en la memoria. Y llega un momento en que se confunde el protagonista de esas historias con la misma imagen de papá. Viéndolo bien no sé cómo llegué a ese tema. Pero te cuento que no me agrada mucho. Todo esto lo tengo bastante disperso. Como un nido de pochoclos. Y sé que es imposible ordenar estas cosas cuando honradamente solo recuerdo algunos fragmentos que son los que a él siempre le gustaba referir. Las costumbres de su época. Los pasajes de esa guerra tonta que duró mil días y la vida de ese general que vino a pelear en estas tierras. 
Muchas veces me he despertado oyéndolo decir: «Siempre empieza a clarear por donde está más oscuro». Recuerdo que papá decía esto cada vez que quería contraponer a un argumento una de sus razones de la guerra. 
Pero es ahora que vengo a comprender esto de la guerra. Pienso que papá fue un fracasado durante toda su vida por culpa de la guerra con toda seguridad. Por eso cuando tocaba el tema y pensaba al mismo tiempo lo que era y no pudo llegar a ser por esa maldita guerra creo yo se le rompió el hilo de la historia. 
Después así en ese momento era que se echaba a cavilar para ser fiel a sus recuerdos. Y cuando ordenaba bien los hechos cogiendo de nuevo el hilo de la historia reconocía bien seguro: «Ya no hay hombres así en esta época como ese general». Te cuento que algunas veces he creído que ese hombre que nombra en sus ficciones es él. La filiación de los datos y los hechos que hace de Lorenzo Sánchez casan como una pieza en ese mismo retrato de papá que conocí allá en la Estancia. 
Por supuesto con esa misma imagen de buey manso observando el insondable vacío de su propia soledad en la elementalidad de las cosas. Y para que veas siempre he tenido esa especie de pálpito eso que tienen los animales en la oscuridad para olfatear y ver el abismo. 
Esa rara impresión de que es él el que está por dentro de esos cuentos. Solo me hace dudar de su identidad con ese personaje que él nombra el recuerdo que tengo de papá una vez que dijo: «La mentira incomoda compadre. Pues siempre he creído que al que miente le brillan los ojos. Y a mí parece que eso es cierto. Porque a papá nunca le brillaron los ojos. Ni le temblaba la voz así como él decía.
Ya nadie podrá negármelo pero papá en esos cuentos lo que hacía era contar su vida. Lo que pasa es que no lo dijo nunca. Pero las palabras que iba pronunciando al salir de su boca formaban unos globitos de aire. Uno globitos minúsculos de saliva como por el efecto y la efusión de lo que estaba diciendo. 
Además uno sabe con el tiempo cuando una historia es inventada. Recuerdo también que cuando se fatigaba las palabras empezaban a salirle secas y débiles y era ahí cuando tenía que mojarse los labios con la lengua. Pero nunca se le pusieron los ojos brillantes. 
A veces se le anudaba la voz pero no perdía los estribos. Él podía conversar durante horas y horas sin desbarrarse del tema aun cuando la gente cortara la historia para reírse. Y proseguía: «Lorenzo Sánchez quedó en la ruina después de la guerra porque sus copartidarios le habían dicho que ellos ganarían la guerra y como al buen pagador no le duelen prendas él lo avanzó todo en la esperanza de una vana promesa». Y yo sé que en la vida real papá fue así como lo hizo Dios. Así como se dice. Sé perfectamente también que lo que lo llevó hasta esa miseria de sus últimos días fue esa exagerada honradez. Ese don de gente campesina. 

Incluso ese reconocimiento de las deudas contraídas formalmente en promesas que salen a relucir en momentos de esparcimiento. Por eso pienso que ese tal Lorenzo Sánchez era el mismo José-de-Jesús Conde. Sino que papá no se decía su nombre para que yo no lo supiera. O de pronto por esa rara modestia de no querer sentirse protagonista de un largo periodo de fracasos que fue su propia vida. 
Y no es que quiera seguir repitiendo ese cuento. Pero quién por aquí por estos lados no lo oyó decir  en boca de ese personaje: «Lo que es promesa es deuda compadre. Y si acaso le quedo debiendo cinco centavos cóbreselos al municipio. Bastante hambre que me hizo aguantar con eso de la espera de la pensión de guerra que nunca llegó». 
Pero yo descubrí lo único cierto y que todavía en la alcaldía del pueblo reposan esos documentos de la pensión que se quedó esperando papá. Pues abajo al final de cada uno de esos papeles se leía muy claro el nombre de-Jesús Conde. Así con esos trazos característicos de su letra de pergamino que salía de su pulso y que he reconocido en los cuadernos que yo llevaba a la escuela y que él mismo me marcaba. 
Puedo jurar que todavía muchos creen que eso no fue una confesión de papá sino algo que dijo ese protagonista principal de toda su obra. Ese tal Lorenzo Sánchez. Porque al fin y al cabo. «Al que miente se le conoce en la cara compadre». Así como decía él. 
Y a papá nunca le brillaron los ojos cuando echaba a rodar esas viejas historias. Porque de verdad él nunca dijo una mentira. Lorenzo Sánchez era el mismo José-de-Jesús Conde. Sino que papá no llevaba el apellido de mi abuelo porque no era una costumbre de la época. Eso no lo supe nunca. Sólo hasta hace poco tiempo. Siempre he tenido temor de averiguar esas cosas empolvadas por el tiempo. 
Pero quien no era hijo legítimo tenía que llevar el apellido de la madre como obediencia a la ley. Como castigo tal vez. Era costumbre de esa época en todo caso. Y sin andar averiguándolo. Por la gente vieja del pueblo he llegado a saber que mi abuelo fue un hombre llegado a estas tierras montando en un caballo moro de paso hacia otros parajes menos insólitos. Que se llamaba Manuel Sánchez. Y que hablaba como chiflando las palabras. 
Por eso tal vez reconozco ahora que en ese personaje de ojos indiferentes y vagos y cansados sin determinar nada fijo y que siempre empezaba sus historias igual y lo mismo siempre había por dentro un protagonista próximo y extraño. 
        
José Ramón Mercado, Poeta y Escritor
En pocas palabras ese mismo y obsesionante protagonista que me ronda a toda hora. En los ratos íntimos. En cualquier libro que me eche a leer en la pieza, a veces he creído que tengo parecida la risa. Esa tos seca en las noches. A veces me oigo hablar lo mismo que él. 
Últimamente me parece que soy yo el que lo busco en los recuerdos. Lo único que alcanza a diferenciarme de él es que papá perdió todas las batallas de su vida y yo en cambio estoy empezando a recuperarlas una por una. De otro modo esto mismo me ha hecho olvidar esas otras pesadillas de mi infancia que se me venían metiendo hasta en los sueños.